Julio era el novio eterno de mi madre, ese tipo que nunca deja de ser novio aunque su prometida se case con otro y tenga hijos. Julio me caía bien, su papá me pelaba sin darme esos tirones de pelo que acompañaban a las tijeras medio oxidadas de las barberías de mi barrio y su madre siempre tenía a mano esas natillas que únicamente se consiguen en el fuego de un mundo que desconoce el tiempo.
Alguna vez le pregunté a mi madre, al poco tiempo de irme, si sabía de Julio. Me preocupaba se quedara sola y la idea de que recomenzaran su antigua relación me tranquilizaba, pero ella, fiel a su costumbre, no me hizo el menor caso.
El exilio es una pelea cotidiana entre la memoria y el olvido; había olvidado a Julio hasta ayer en la tarde cuando entré con los niños a comprar la comida del hámster en un Pet Supermarket. Entre las jaulas de los periquitos vi a un gato inmenso, una señora americana lo llevaba atado a un collar y él la seguía con la altivez que distingue a su especie. La tía de Julio también tenía un gato con apariencia de lince, vivía en Santos Suárez en un apartamento muy bonito que olía a gato y yo acompañé a mis padres en varias visitas que hicimos a aquella casa detenida en la elegancia de los años cincuenta.
Sin dejar de ser el novio de mi madre, Julio se casó y tuvo dos hijos que nunca conocí. Las cosas, en la medida de un país imposible, iban bien para él. Un mal día los padres de Julio llegaron llorosos a mi casa, su hijo estaba preso y no se sabía nada. El salario de un laboratorista no daba para mucho y Julio trabajaba en las tardes para una de los pocos laboratorios privados que quedaban en La Habana. Lo acusaron de robar reactivos en el Hospital del Estado. Como era usual en estos casos no aparecieron pruebas, su condena se basó en la “convicción” de los fiscales. En medio de aquella desgracia Julio tuvo la suerte de que fue confinado a una “granja” y de un total de siete años de cárcel sólo llegó a cumplir un par de ellos.
Al salir de la prisión su mujer lo esperaba para pedirle el divorcio, se había enamorado del “oficial instructor” del caso. Julio descubrió que sus hijos adolescentes no le hablaban y tuvo que regresar, como un fantasma, a la casa de sus padres ancianos, que murieron poco tiempo después de estos eventos.
A veces pienso que mi madre estaría mejor, si después de mi partida, se hubiera casado con Julio; pero las mujeres aprecian su soledad más que los hombres. Toda esta historia viene a cuento de un gato grande con apariencia de lince, que paseaba orondo por un Pet Supermarket de Miami.
Es un placer leerte.
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Lo propio, tenemos que seguir peleando contra el olvido.
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Gracias Eduardo por compartirlo. Me gusta el cuento corto. Este en particular también.
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Gracias Pablo, un abrazo
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gracias, Eduardo. Quedé con deseos de leer más.
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Gracias, a mi me gustan mucho sus poemas. Un abrazo
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Me gusta leer lo que y hubiera hecho como tu mama. Sigue con tu prosa “contra el olvido”. Tenemos mucho para no olvidar aunque aun no hayamos emigrado
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Me gusta leer lo que y hubiera hecho como tu mama. Sigue con tu prosa “contra el olvido”. Tenemos mucho para no olvidar aunque aun no hayamos emigrado
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Gracias Ofelita, sabes que los tengo siempre presente, no tengo la menor duda de que hubieras hecho lo mismo que mi mamá. Un fuerte abrazo.
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